Varios relojes derretidos colgados de la pared.

¿Qué pasa con nuestros propósitos?

En el post anterior, hablamos sobre la importancia de tener un propósito vital para mejorar nuestra salud mental y calidad de vida. Cada año solemos marcarnos algunos objetivos o metas, pero no siempre los cumplimos. ¿Qué pasa con nuestros propósitos? ¿Puede que seamos procrastinadores profesionales sin darnos cuenta? Es posible que hayamos comprado libros de gestión del tiempo, asistido a seminarios para optimizar el manejo de la agenda o instalado el último programa para automatizar nuestras actividades. Pero si somos procrastinadorxs profesionales, nada parece funcionar. Uno de los hallazgos de lxs investigadorxs acerca de lxs procrastinadorxs es que el entrenamiento en técnicas de gestión del tiempo ayuda, sí, pero solo hasta cierto punto.

La procrastinación es un patrón de comportamiento con raíces emocionales profundas. A pesar de tus mejores intenciones, nos autosaboteamos a través de trucos de resistencia mental. Fundamentalmente suele haber dos patrones básicos: la ansiedad y la rebeldía.

 

Ansiedad

Recuerda esa sensación tensa cuando empiezas a pensar en un proyecto importante o un desafío que se aproxima. Lo puedes sentir en el estómago, en el cuello o tal vez en la nuca. Todos estos síntomas tienen algo en común: son la expresión física de la ansiedad. Nos produce ansiedad el miedo a fallar, a no ser perfectxs o, aunque parezca raro, al triunfo, porque entonces sospechamos que la próxima etapa va a ser aún más exigente. Nuestra mente, en vez de detenerse y observar, lo único que quiere es quitarse esa tensión de encima lo más rápido posible. Y la forma más rápida es decir lo hago más tarde. Esta promesa, además, me protege de sentirme culpable: te prometes hacerlo mañana, no dejarlo sin hacer. El respiro que nos da prometernos hacerlo luego es un gran alivio para nuestra mente.

Aunque, por supuesto, el alivio no dura mucho. Cuando llega el momento de ocuparnos nuevamente del asunto, la ansiedad reaparece, y ¿cómo la aliviamos? ¡Pues repitiendo la jugada! Al prometernos hacerlo luego, podemos mantener nuestro auto-respeto y sentir que somos concienzudxs. En otras palabras, nuestra mente nos hace sentir bien aunque estemos procrastinando.

 

Rebeldía

No todo está relacionado con la ansiedad. Algunas veces simplemente no tenemos ganas de esforzarnos. Son momentos en donde aparece nuestra espíritu infantil de travesura. Es caprichoso y odia que le digan qué hacer y qué no hacer. Ponerse a trabajar requiere esfuerzo, y nuestrx niñx traviesx no se siente con ganas. No se va a rebelar abiertamente, lo haría parecer muy inmaduro frente a nuestra parte adulta y responsable, y por lo tanto nos da buenas razones por las que no empezar en este momento. Hay mucho ruido, no me puedo concentrar. Quizás empiece cuando todos se vayan a dormir. No tengo las herramientas adecuadas, cuando las obtenga empiezo. Mejor me informo un poco más antes de ponerlo por escrito. Todas estas razones suenan lógicas, pero en realidad son sólo excusas. Es simplemente que no queremos afrontar nuestras tareas.

Saber por qué estamos en este mundo, cuáles son nuestros objetivos más altos, nuestros proyectos personales y laborales a medio plazo, y las actividades a corto plazo que necesitamos para conseguirlos es clave. Cada mañana al levantarnos, tenemos que recordarnos esta visión global, este proyecto vital, y mantenerlo fresco durante el día. Eso da sentido a nuestras vidas. Es así como podremos vencer nuestros miedos y neutralizar a nuestrx niñx traviesx. Simplemente existen objetivos superiores que queremos alcanzar. Cuando nos falta un propósito vital y una visión global, es fácil caer en las redes de la procrastinación: todo puede esperar, porque no sabemos hacia dónde vamos.

Por ejemplo: Inma es una asesora autónoma de empresas, que trabaja por cuenta propia y desde su casa. La semana que viene tiene que presentar un proyecto de mejora para una empresa nueva, un cliente potencial muy interesante. Acordó este plazo con el gerente de la empresa después de un estudio inicial de las características y proyectos de la organización.

Aunque en principio el plazo es holgado, cuando Inma cada mañana se sienta ante su ordenador, no se siente especialmente inspirada y ve que no es tan fácil como en un principio creyó. Al poco tiempo de estar intentándolo, se despista con otras cosas: contesta mails, abre la nevera para comer algo, hace esa llamada que tiene pendiente, pone la lavadora y tiende la ropa. Al fnal de la mañana, suele decirse:

– ¡Qué tarde es! Si empiezo ahora… Para una hora que me queda disponible, si empiezo pierderé el hilo. Mañana me pongo a tope con ello.

Y así, un día tras otro, la semana va pasando. Finalmente, cuando llega el día previo a la fecha límite no tiene escapatoria y se siente fatal. Durante el fin de semana anula todos sus planes personales y, a un ritmo frenético, logra hacer el dichoso proyecto. Está exhausta, se siente culpable y muy estresada. Se dice a sí misma por enésima vez:

– ¡Nunca más me va a pasar esto!

 

Mindfulness y procrastinación

En el fondo, lo que estamos haciendo es desviar nuestra atención de algo que no nos atrae y poniéndola en cuestiones más placenteras: posponemos lo importante y nos dedicamos a nimiedades más agradables. Nos decimos interiormente que lo haremos mejor en otro momento. Esto tiene que ver con la autorregulación y ésta, a su vez, con nuestra atención. La procrastinación tiene un efecto distractor de emociones desagradables asociadas a ciertas tareas.

Ante el estrés asociado a ellas buscamos alternativas que nos distraigan y nos liberen de esa situación poco desagradable. Sin embargo, tarde o temprano nos encontramos frente a la situación inconclusa con más ansiedad aún por no haberla realizado.

La práctica de la atención plena, o mindfulness, previene las reacciones inconscientes de evitación y escape y aumenta nuestra capacidad de permanecer en situaciones de estrés o emocionalmente difíciles sin sentirnos sobrepasadxs. En este sentido, existen estudios que demuestran cómo el entrenamiento en mindfulness reduce los altos niveles de procrastinación. La atención plena mejora la autorregulación emocional y la capacidad de permanecer sin escapar ante emociones desagradables. Además, aceptar las cosas tal y como son, pero a la vez permanecer centrados para escucharnos y comprender hacia dónde queremos ir, permite ajustar mejor las acciones para conseguirlo, sin que dependa de lo placentero que pueda ser.