Evitemos el cronovirus

Como cada año -a pesar de que es cada vez más automático- hemos cambiado la hora de nuestros relojes, algo que venimos haciendo a propuesta de Benjamin Franklin para intentar reducir el consumo de energía según las estaciones.

¿Amas la vida? Pues si amas la vida aprovecha el tiempo, porque el tiempo es el bien del que está hecha la vida

-Benjamin Franklin

Quizás en estos momentos, más que cambiar la hora, nos gustaría manejar el tiempo a nuestro antojo. El tiempo es una magnitud de una naturaleza compleja, no se sabe todavía si tiene una unidad mínima o máxima, y no se comprende del todo cómo lo experimenta el ser humano. Lo que está claro es que, en general, nos permite ordenar los eventos que nos suceden y nuestra relación con él está estrechamente ligada a nuestra imposibilidad de manipularlo. Si pudiésemos jugar con el tiempo, seguro que algunos querríamos volver al pasado y encerrar el virus o hacer las cosas distintas y otros querrían hacerlo pasar cuanto antes y llegar a un futuro donde todo vuelva a ser normal.

Como seres humanos tenemos cierto margen para decidir qué hora es en cada lugar del mundo pero no podemos jugar con el tiempo. ¿O sí?

Si ademas de considerar la magnitud física, consideramos el valor, el contenido, lo que encierra esa fracción de tiempo, podemos decir que sí, que podemos manejar el tiempo. Cuando estamos tirados, aburridos o esperamos algo con ansiedad, decimos que no da pasado el tiempo, los segundos parecen horas y, sin embargo, cuando estamos enfrascados en algo que nos gusta, cuando fluimos, las horas se convierten en segundos.

El tiempo que pasará desde el momento presente hasta que haya una vacuna desarrollada, unos 18 meses según expectativas, será vivido de forma distinta por quien la está esperando -que lo vivirá como una eternidad- que por quien está inmerso en su desarrollo -para quien pasará volando. Un segundo puede ser una eternidad y una eternidad un segundo. Es la medida de un instante en la que alguien se contagia, o alguien pone un respirador a quien lo necesita, o recibe un test médico, o pierde a alguien y sin poder despedirse, o recupera la respiración. Y en este tiempo de cuarentena, en cada segundo podemos lamentarnos por estar encerrados o felicitarnos por contribuir a solucionar un problema, relajar la vista sacándola por la ventana o ser un policía de balcón, aprender de quien está sufriendo o sufrir por no poder salir, amargarnos o hacer la vida más fácil para los demás, sucumbir ante nuestras emociones u aprender de ellas, consumirnos en nuestro sofá o prepararnos para la vuelta a la normalidad o a una nueva realidad cuya naturaleza desconocemos.

Osea que sí somos capaces de cambiar el tiempo y decidir, de alguna forma, que hacer con cada segundo que pasa. ¿Qué actitud tenemos y cuál queremos tener? ¿Cuáles son nuestras emociones y qué aprendemos de ellas? ¿Cuáles son nuestros comportamientos? ¿En qué nos ayudan y en qué ayudan a los demás? ¿Qué aprendo cada día?

Es normal que por momentos nos invadan sentimientos de ansiedad y miedo. Una buena actitud es aceptar ese miedo, sentirlo sin juzgarnos por sentirnos así y saber qué tenemos la capacidad de superarlo y que, una vez lo hagamos, nos hará más resilientes. Podemos aprender de nosotros, de nuestros hábitos, observando hacia dónde nos empuja nuestra ansiedad  ¿Qué tipo de comportamientos surgen? ¿Comportamientos compulsivos que no nos ayudan -comer, beber, fumar, comprar, discutir- o comportamientos que nos ayudan a crecer -meditar, hacer deporte, cuidarnos, etc.?

Cuando acabe esta cuarentena habrá sido de duración más o menos igual para todo el mundo, pero el contenido, el valor de la experiencia contenida en ese periodo de tiempo, será muy diferente para cada uno de nosotros. Si evitamos que el virus infecte nuestro tiempo, si evitamos el Cronovirus, seguro que será mucho más valiosa. Quizás haya algo que sea común: una vez salgamos, no tendremos suficiente tiempo para agradecer a los que nos cuidaron durante este periodo y no nos llegarán los segundos para ir corriendo a abrazar a nuestros seres queridos.

Un abrazo que, aunque dure unos segundos, quedará para la eternidad.

 

Por Lino Pazó